miércoles, 24 de septiembre de 2008

GUANAJUATO



Destaca por su estrechez, ya que su anchura mide sólo 68 cm. Su atractivo radica en que los balcones de las dos fincas de este callejón prácticamente se tocan. De ahí que la imaginería popular haya tejido una leyenda en torno a dos jóvenes enamorados. Está situado en las faldas del Cerro del Gallo; en un barrio cuya construcción data del siglo XVIII. La edificación de las casas que conforman el callejón son sencillas y en un estilo peculiar acorde a la topografía de Guanajuato.
La celebridad de este Callejón se debe a una leyenda de tintes trágicos que tuvo como personajes a dos jóvenes enamorados, Don Carlos y Doña Ana, quienes impedidos para consumar su amor se daban cita a hurtadillas en los balcones de este sitio hasta que el padre de la muchacha los sorprendió y dio muerte a su propia hija. Esta leyenda se corona con un consejo: la pareja que visite este sitio y se de un beso en el tercer escalón de este afluente angosto logrará su felicidad durante siete años.
Confluye a este Callejón el del Patrocinio, a cuyo término se levanta la puerta principal de la Ex-Hacienda del Patrocinio de Nuestra Señora de Guanajuato, la cual formó parte de un conjunto de haciendas para beneficio de metales que se extendieron a lo largo de la cañada del Real de Minas.
LA LEYENDA
La más sorprendente por su sabor trágico y romántico de auténtica leyenda, es la siguiente:
Se cuenta que Doña Ana era hija única de un hombre intransigente y violento pero como suele suceder, siempre triunfa el amor por infortunado que éste sea. Doña Ana era cortejada por su galán, Don Carlos, en un templo cercano al hogar de la doncella, primero ofreciendo de su mano a la de ella el agua bendita. Al ser descubierta sobrevinieron el encierro, la amenaza de enviarla a un convento, y lo peor de todo, casarla en España con un viejo y rico noble, con lo que, además, acrecentaría el padre su mermada hacienda.
La bella y sumisa criatura y su dama de compañía, Doña Brígida, llorando e implorando juntas. Así, antes de someterse al sacrificio, resolvieron que Doña Brígida llevaría una misiva a Don Carlos con la infausta nueva. Mil conjeturas se hizo el joven enamorado, pero de ellas, hubo una que le pareció la más acertada. Una ventana de la casa de Doña Ana daba hacia un angosto callejón, tan estrecho que era posible, asomado a la ventana, tocar con la mano la pared de enfrente. Si lograban entrar a la casa frontera, podría hablar con su amada y, entre los dos, encontrar una solución a su problema.
Pregunto quién era el dueño de aquella casa y la adquirió a precio de oro. Hay que imaginar cuál fue la sorpresa de Doña Ana cuando, asomada a su balcón, se encontró a tan corta distancia con el hombre de sus sueños.
Unos cuantos instantes habían transcurrido de aquel inenarrable coloquio amoroso, cuando más abstraídos se hallaban los dos amantes, del fondo de la pieza se escucharon frases violentas. Era el padre de Doña Ana increpando a Brígida, quien se jugaba la misma vida por impedir que su amo entrara a la alcoba de su señora. El padre arrojó a la protectora de Doña Ana, como era natural, y con una daga en la mano, de un solo golpe la clavo en el pecho de su hija.
Don Carlos enmudeció de espanto. La mano de Doña Ana seguía entre las suyas, pero cada vez más fría. Ante lo inevitable, Don Carlos dejó un tierno beso sobre aquella mano tersa y pálida, ya sin vida. Por esto a este lugar, sin duda unos de los más típicos de esta ciudad de Guanajuato, se le llama el Callejón del Beso.

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